¿Salida? pff... [Priv]

Alguna vez, cuando era pequeña, había escuchado de boca de su padre que los érubos eran seres de la oscuridad, pero que eso no los hacía realmente oscuros… sino simplemente criaturas que compartían algo en común con muchas otras que sí eran realmente oscuras: su amor por la luna. Muchas veces recordaba aquel comentario que escuchó cuando se escapó de su habitación en medio de la noche y a escondidas de su madre, quien siempre luchaba para que sus hijos fueran “humanos normales”, y acabó refugiándose en el despacho de su padre, el que siempre estaba lleno de libros sobre su escritorio. Ahora mismo, lo recordaba mientras se encontraba de pie en una esquina del salón de la tienda y su mirada estaba fija en el brillo plateado y efectivamente cautivante del astro lunar. Sólo ahora comprendía las palabras de su padre… ella realmente no era un ser oscuro, pero vaya… cómo amaba pasar horas y horas observando la luna durante la noche… pues se le hacía casi imposible dormir con tanto ambiente rodeándola. Su naturaleza, lejos de lo que ella podía decir, era más fuerte que su propia voluntad, y al final siempre acababa dejándose llevar por sus impulsos. Además, durante el día le era un poco difícil moverse bajo el sol, aunque realmente no la imposibilitaba, pero prefería usar la madrugada para dormir… al fin y al cabo, su cuerpo no necesitaba tantas horas de sueño.

Se encontraba completamente absorta en sus pensamientos, cuando de pronto sintió un ruido… o más bien, sintió a una persona en la sala. Llevó hacia esa persona su mirada y se dedicó a observar lo que hacía… después de todo, seguro él no era capaz de verla, ya se había percatado de que era difícil ubicarla cuando estaba inmersa en la oscuridad, aunque para ella tampoco era tan fácil ver a otras personas sin luz, al fin y al cabo, ella no era una érubo de sangre pura.

Se divertía escuchando lo que decía aquella persona, que al parecer estaba perdida y algo molesta con su situación. Escuchando bien, se dio cuenta de que se trataba de un hombre, y un hombre algo extraño. Lo vio tomar una pelota de la cual ella no se había percatado antes, por lo que lo observó con curiosidad. Al ver que se deslumbraba ante los colores del objeto, sonrió entretenida, pero luego se preocupa un poco al ver que se había hecho daño. Decide finalmente salir de las sombras y se acerca a él con preocupación, rápidamente.

-Disculpa, ¿te encuentras bien?–Se agachó junto a él y lo tomó por un hombro, esperando que de esa forma le prestara atención y respondiera a su pregunta, aunque realmente ella no sabía nada de primero auxilios… y ¿qué haría si el tipo perdía un ojo? Ahora la situación comenzaba a volverse algo peligrosa, no quería verse envuelta en líos pues le gustaba ser una persona que pasara desapercibida en medio de sus travesuras, nunca llamar demasiado la atención… pero qué iba a hacerle, lo hecho, hecho estaba, y si moría el tipo, siempre podía enterrarlo en el jardín durante la noche. Comenzó a imaginar en la cantidad de historias que podría inventar en torno a la existencia de un espíritu en la Tienda Akina… no era tan mala idea después de todo, pero por ahora debía concentrarse en que aquella persona no estaba muerta y probablemente tendría que encargarse de su salud.

Era realmente divertido y muy interesante pensar en pocos segundos en mil formas de llamar la atención y despertar la histeria colectiva de todos los habitantes de la tienda a raíz de un encuentro como el que acababa de tener. Sabía que en realidad aquello no era propio de una señorita como ella, no le importaba en lo absoluto lo que pudieran pensar de ella, sólo le importaba pasarlo bien y reírse mucho, y tampoco es que fuera a costa de los demás, pues tampoco era un ser oscuro que disfrutara del sufrimiento ajeno, sino simplemente le gustaba pasar buenos ratos junto a los demás, compartir historias y sentimientos, entre otras cosas. Aquello no podía ser tan malo, ¿verdad?

Sin embargo, afortunada y la vez lamentablemente, el “intruso” seguía con vida y la observaba con el ojo que no había sido golpeado. Aquello causó en ella una extraña reacción, dejándose llevar en seguida por el impulso de quitar su mano de donde estaba, el hombro del otro, pues su reacción y sus movimiento la pusieron un poco nerviosa, y eso sin contar con su maquillaje, que daba la impresión de cubrir algo que realmente ella no quería ver… por lo que tal vez era mejor que estuviera ahí, no obstante, la desconcertaba un poco.

Cuando escuchó su respuesta, pudo notar que en realidad él seguía sintiendo dolor, por lo que se preocupó un poco y llevó su mirada hacia el ojo lastimado, notando, recién en ese momento, los dos grandes cuernos que tenía el chico y que sobresalían en su cabeza. Sin embargo, los ignoró, pues ahora le preocupaba más la salud del intruso y su propio bienestar que los cuernos, después de todo, si aquel hombre moría ahí mismo o le ocurría algo peor, podían acabar culpándola a ella, que era una simple mascota, supuestamente sin dinero y sin forma de defenderse legalmente hablando… si es que podía llegar a presentarse la oportunidad de defenderse de dicha forma.

-De todos modos… -intervino con un tono de voz más amable, suave y bajo, pues no quería despertar a nadie, y suficiente había sido ya con todo el ruido del visitante y luego de la bola- Si dejamos así su ojo, puede inflamarse y luego dejar una marca… -lo tomó nuevamente por un brazo e intentó levantarlo- Luego le explicaré qué hacía aquí –comentó con una sonrisa- Por ahora usted necesita aplicar algo de hielo a ese ojo.

Buscó con la mirada el lugar más cercano para poder sentarlo, en último caso una mesa, y, cuando lo hubo ubicado, intentó llevarlo hacia allá, un sofá de tres cuerpos que alcanzó a ver aun en la oscuridad. Esperaba poder tenderlo ahí y luego correr a la cocina en busca de hielo para crear una especie de anestésico local para el hombre, pues así había visto a los sirvientes tratar las heridas de ella cuando se caía o golpeaba debido al “alocado” ritmo de vida que llevaba, aunque para ella jamás aquello fue alocado. Alocado era abandonar su hogar, abandonar al único sirviente que viajó con ella para cuidarla y acabar estando a la venta para cualquier persona, hombre o mujer, que con su excesivo dinero aceptara comprarla.